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Schröder y el imperio de la sonrisa

30 de diciembre de 2002

China y Alemania coincidieron en la voluntad de hacer lo posible por evitar una intervención militar contra Irak, durante la visita que efectúa el canciller Gerhard Schröder a la potencia asiática.

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El canciller Schröder y el premier chino, Zhu Rongji, en Pequín.Imagen: AP

Difícilmente el canciller alemán podría haber escogido un lugar más grato para finalizar este año en que, pese a haber logrado la reelección, sufrió tantas zozobras políticas y desazones financieras. Todo ha sido sonrisas para Gerhard Schröder en Pequín y Shanghai, donde no alcanzan a oírse las críticas de sus adversarios, aunque las lancen a voz en cuello en la distante Alemania.

Causa común

No han sido sólo sonrisas de cortesía oriental. En las conversaciones que sostuvo el canciller con el presidente Jiang Zemin y nuevo secretario general del Partido Comunista chino, Hu Jintao, quedó de manifiesto el acuerdo en torno a los temas internacionales más candentes de la actualidad: las crisis de Irak y Corea del Norte. Ambas partes comparten la opinión de que es necesario hacer todo lo posible por inducir a Bagdad a cumplir las resoluciones de la ONU, sin llegar a una guerra, y manifestaron la voluntad de utilizar todos los recursos a su alcance para presionar en este sentido.

Schröder respaldó por otro lado a su ministro de Relaciones Exteriores, Joschka Fischer, quien había causado revuelo en Berlín al no querer comprometerse a decir cómo votará Alemania en el Consejo de Seguridad en el tema iraquí. A juicio del canciller, no resultaría sensato pronunciarse sin saber qué circunstancias rodearán una posible votación. Pero ello no implica un cambio en su política, que sigue siendo de rechazo a la participación alemana en una eventual intervención militar.

Mediación china

En lo tocante a Corea del Norte, Pequín ofreció su mediación para inducirla a cumplir el compromiso de renunciar a su programa nuclear. China es de hecho el país que se encuentra en mejores condiciones para lograr hacer recapacitar al régimen de Kim Jong Il por la vía diplomática, considerando las relaciones que mantiene con Pyongyang.

En suma, esta vez las coincidencias entre Berlín y Pequín prevalecen claramente sobre los puntos de roce que pudieran subsistir. Hace ya tiempo que el tema de los derechos humanos, relegado a un discreto segundo o tercer plano, no entorpece la diplomacia entre ambos países. Ni las relaciones comerciales, que marchan viento en popa.

Llamado a la apertura

Claro está que el gobernante germano no olvidó el asunto del todo y, en una alocución en la Universidad Tonji, de Shanghai, se encargó de puntualizar que sólo en una sociedad abierta es posible la innovación y el crecimiento económico. En este contexto, aprovechó de romper una lanza por el flujo irrestricto de informaciones en internet, que las autoridades chinas miran con desconfianza e intentan censurar. Pero lo hizo en un tono suave, que no alcanzó a herir susceptibilidades entre sus anfitriones.

Cumplido así el deber de todo estadista democrático occidental de pronunciarse en favor de la libertad, quedó el camino despejado para los aspectos más agradables de este viaje, como recibir su primer título de Doctor Honoris Causa; o para acudir en Shanghai al viaje de prueba del Transrapid, un tren de levitación magnética de tecnología germana, al que en China se augura un brillante futuro pese a ser blanco de controversias en Alemania. Un motivo más para alabar las relaciones bilaterales que, a juicio de Schröder, "no podían ser mejores".